La corriente del Golfo. Las aguas calentadas por el sol en el Mar Caribe inundan el Atlántico Norte, donde se enfrían, descienden y fluyen hacia el sur como una corriente profunda.
Otra posible consecuencia de la alteración del clima en los océanos se detectó en el año 2004. En esa fecha, varios equipos de oceanógrafos midieron una deceleración de la corriente del golfo, el río de aguas cálidas que (propulsado, igual que la corriente circunantártica, por la rotación terrestre) circula desde el Golfo de México hasta el Atlántico Norte. Al llegar a este último, el agua se enfría, gana densidad y se hunde, transformándose en una corriente fría que recorre el fondo del Atlántico hacia el sur.
Desde la mitad del siglo XX, este movimiento se ha generalizado en lo que se suele llamar “la cinta transportadora oceánica”, que distribuiría por todo el planeta el calor adquirido por los océanos. Así que la interrupción de una de las partes de esta corriente global podría tener consecuencias en toda la Tierra.
La cinta transportadora oceánica, que enlaza las corrientes someras cálidas y las profundas frías. Este concepto se ve hoy como una simplificación excesiva, que no refleja la realidad de la circulación oceánica.
El frenazo detectado en 2004 puede tener dos causas. La primera es que, como la atmósfera está más caliente, el agua apenas puede enfriarse, y si no lo hace no gana densidad y no se hunde, acumulándose en la superficie e impidiendo la llegada de más agua. La segunda es que, si los ríos que afluyen al Atlántico Norte llevan más caudal (p. ej., porque se funda más hielo en Canadá), este exceso de agua dulce rebajará la salinidad y, por tanto, la densidad del agua marina, impidiendo también su hundimiento.
Esto significa que la deceleración de la corriente podría estar causada por el calentamiento global. Varios estudios parecieron confirmar esta conexión. Por ejemplo, entre 1990 y 2000 la velocidad de la corriente varió con la temperatura atmosférica [Figura18]: a más calor, menos velocidad. Además, en 2005 se había acumulado en el Atlántico Norte una gran cantidad de agua dulce, tanto como la descarga anual de ocho misisipis.
Cuando, a partir de 1990, la atmósfera empezó a calentarse, el agua del Atlántico Norte pudo cederle menos calor (curva negra). Al mismo tiempo, la corriente del Golfo (curva roja) perdió velocidad. Sin embargo, no hay pruebas de que esta deceleración sea una consecuencia del cambio climático.
Las alarmas saltaron. ¿Iba a desaparecer la corriente oceánica que suaviza el clima de Europa? ¿Cuáles podrían ser las consecuencias? Estudiando el pasado, hemos aprendido que otras situaciones parecidas de gran flujo de agua dulce al océano Atlántico dieron lugar a periodos de clima muy frío en Europa, el más conocido duró desde 1300 hasta 1850 y se llamó Pequeña Edad de Hielo. Así que, en primer lugar, habría que prever un enfriamiento del clima en toda Europa, especialmente en el centro y el norte. Además, habría menos huracanes en el Atlántico e intensas sequías en el África subsahariana. Y algo inesperado: las poblaciones atlánticas de plancton podrían colapsar, ya que dependen del intercambio de agua somera y profunda, esta última rica en nutrientes.
Sin embargo, estas previsiones chocan de frente con los datos actuales, que dicen que nuestro continente está calentándose y que los huracanes atlánticos son cada vez más frecuentes. ¿Entonces...? Cuando los científicos obtienen datos contradictorios sobre un problema que puede traer consecuencias graves para la sociedad, ésta se moviliza para que los mismos científicos propongan soluciones. En este caso, lo primero que se hizo fue poner en marcha tecnologías que sirviesen para confirmar si la deceleración era un fenómeno irreversible. En 2006 se instalaron en todos los océanos sensores que se mueven desde el fondo marino hasta la superficie, desde donde envían sus datos a satélites. Por primera vez en la historia, los oceanógrafos han podido estudiar en detalle lo que pasa dentro de un océano.
Un sensor anclado en el fondo del Atlántico. Un cable permite su movimiento en la vertical y, por tanto, tomar datos a distintas profundidades.
El resultado ha sido tranquilizador: la velocidad de la corriente del Golfo es enormemente variable y su frenazo en los años 90 entra dentro de esa variabilidad natural. Así que, por el momento, no tenemos que temer por nuestro clima ni por nuestro plancton. Sin embargo, esta tranquilidad puede ser pasajera. Los modelos de supercomputadores que usan los climatólogos sugieren que la corriente reducirá su velocidad un 25% en lo que queda de siglo, y algunos de ellos muestran un umbral, un punto térmico por encima del cual la circulación de la corriente es insostenible. Además, otras corrientes, como la que conecta el Pacífico con el Índico, también se han debilitado recientemente.
Los nuevos datos han ocasionado otra víctima: la cinta transportadora oceánica se ve cada vez más como un concepto teórico, que no refleja la complejidad real de la circulación del agua en los océanos. El papel del viento y el de las turbulencias complican mucho la situación, y explican las grandes variaciones de velocidad medidas ahora. Al mismo tiempo, nos hacen ver nuestra hidrosfera como un sistema sujeto a muchas influencias y por ello frágil.
Los oceanógrafos trabajan ya para construir mejores modelos de los océanos.